En un precipicio de ausencias veo caer mis miles de almas. Mis risas, mis llantos, mis momentos, mis clones. Vay cayendo camino a destrozarse contra el piso. O nadar en la cloaca del olvido. Los espectros me rodean en un tornado de consciencia. Las preguntas me penetrasn el cráneo y me sangran desconcierto.
Miles de metáforas no me sirven de nada. Me desvelo con epifanías a las 3 de la mañana cuando el reloj marca las horas de las dudas. No entiendo que hago parado acá, con la irónica companría de la soledad vestida de parajoda. El cable a tierra se va rompiendo y la tormenta viene cerca, buscando un conductor de tanto karma. La traición me serrucha el piso y me hace caer en un río sin culpa, y yo que no tengo brazos para nadar, porque remé tanto que no me acuerdo. No se escucha nada acá. Solo mi eco burlón que me devuelve mis propias palabras con un tono mas paranoico del que las dije. Nadie parece escucharme. No hay nadie. Tengo en las manos llagas de tanto escalar una montaña que en el fin solo tiene un principio. Y por eso ya no tengo tacto para sentir a mi mundo. El aire parece acariciarme, pero me abofetea con una fuerte brisa que me cala los huesos y me hace sentir enfermo. Y acá estamos ahora. Ya no sé si me caí yo o se cayeron los demás. ¿Quien corrió mas fuerte o quien se quedó parado, eterno en el reloj? No me importa, ya ni sé donde estoy. No me quiero aferrar a una cuerda que después puede romperse antes de que me levante de donde quiera que esté. La paranoia viaja por mis tejidos y la abosorve mi cuerpo. Ya casi no puedo hablar, y sé que aún asi nadie está cerca, pero sigo escribiendo en las paredes, solo iluminado por la esperanza de quien supo estar mejor y sabe que lo estará. Como una súplica, como un perdón, como una rendición o una entrega íntima a la providencia: Salvame, sacame de acá una vez mas.
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