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De a poco todo a su alrededor pareció desvanecerse lentamente, como la neblñina de una mañana de abril. Los rostros no eran mas que un colgajo de molesta piel parlante para él. Aquellas alegrías que inundaban su existencia hace algunos meses, ahora no podrían definirse mas que como un molesto zumbido ensordecedor del alma pensante e instrospectiva de un individuo autista. Aunque no lo fuera. Y lo sabía, él sabía que no lo era, aunque aveces deseara serlo tan solo por un instante, vivir en su enfermo mundo, lejos de palabrerías, delirios de grandeza y mentiras con los que convivía diurnamente. Podía observar, con el afán y detalle de un joyero, la metamorfosis de esas personas, desgraciados seres eran ahora, rostros que llevaban impresa la viva imagen del desprecio. Veía, desde el umbral de su consciencia como iban atravesando el límite de la humanidad, e iban convirtiéndose en su mente en monstruos dignos sólo de la imaginación del Dante. Vomitaban incoherencias, y de sus ojos inundados en sangre brotaban calumnias como la lluvia del averno. En esos mismos ojos, incluso, pudo observar el verdadero ser que albergaba tamaña criatura. Era diminuto, casi impercptible, y parecía dar brincos para llegar a equiparar al tamaño del monstruo que, después comprobó, había construido su ego. Luego de observar individualmente a uno, no detectó rastro alguno de pura maldad. Era tan débil como sus argumentos y su inocuidad era comparable a lo patético que lucía. En un rapto de oescuridad y desconcierto, el monstruo comenzó a girar iracundo. Tomó la tierra con sus manos, construyó una infinita montaña de conocimiento, y trepó hasta su fin. Ahora no podía verlo, puesto que no sabía donde terminaba tal monumento a la arrogancia, pero sí escuchaba su voz, ensordecedora, y sobre él caían, como azufre caliente, palabras absurdas que pretendió esquivar con indiferencia. Lo incitó sutilmente a bajar, advirtiéndole la fragilidad que representaba la tierra. Pero el mosntruo desistió. Entonces, en esos monumentales dominios de la ignorancia, palacios de aire, la oscuridad gobernó el momento otra vez, y el rojo cielo se tiñó esta vez de azul. Lenta y simultáneamente, pudo sentir las gotas de la tajante lluvia, nunca insegura, mientras veía como semejante escultura era reducido a una laguna de barro, mientras el pequeño, débil e indefenso ser humano que dentro moraba intentaba no hundirse, una vez mas, en la derrota y el error de vanagloriar la vaca sagrada del conocimiento.
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