6 abr 2013

PÉRFIDA PERDIDA


Una dulce sensación paralizante le recorre la mandíbula. Húmeda y penetrante, preludio de llanto. La estocada de sentimiento lo pincha y lo empuja, pero él se clava en el suelo, seguro. No quiere llorar, no se anima a gritar, no cierra su puño ni la llama por teléfono. No se arriesga, no quiere perder. Encapsula su deseo en precaución, para que no toque la realidad que lo rodea, como si fuese tan frágil que pudiera romperse en el mundo real. No se anima a soñar, embolsa sus sueños en nubes y las pone bajo la almohada. Los aprieta, los cubre de miedo. No se anima a desear, no quiere perder. Suspira profundamente para ahogar un llanto que lo rebalsa cuando la ilusión se le rompe y le corta el alma. No la llama, no la invita, no la reclama, no se elige. No arriesga, porque sabe que así, nunca va a perder. Pero sabe, también, que tampoco va a ganar. Le quiere empardar a la vida, esperando el desempate. Le juega a la tranquilidad, al tedio. Pero en su mas dulce lágrima, en su mas profundo fracaso, en su mas patético recodo de insatisfacción, sabe que se equivoca. No hay desempate, no hay revancha. Se gana o se pierde, y mas se gana si se pierde en la lucha, con el último suspiro de voluntad por tener eso que se quiere, por imponer el deseo ante la vida misma, para que, si hay que perder, pierda la vida antes que perderse uno mismo en la extinción del deseo. Porque el conformismo es muerte. Se le sofoca la vida y se entrega al llanto,al fracaso, a la decepción y la pérdida. Se siente vivo, y sabe que ahora sí, puede morir. Morir viviendo el riesgo.

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