25 jun 2013

SEÑALES



Esa mañana la fue a buscar. Fue a enfrentarla, como se hace con las cosas decisivas que cambian el rumbo de las cosas. Los cambios. Crisis. A ella le gustaba decirle revolución. Ahora estaba ahí, rozando la histeria de la transición para ser alguien mejor. Alguien mejor para ella.

El frío de la mañana lo estremecía, y sentía, también y en simultáneo, que el viento violento de una tormenta anunciada cerraba para siempre el libro que habían escrito juntos, antes del final. Una tormenta que, sabía, había iniciado él. Pero fué a buscarla, fué a encontrarla. Sabía que así como la supo encontrar un día y de casualidad en su vida, hoy debía ser igual. Juegos del destino y de la vida, dónde uno hace las veces de dados amargados al servicio de esta ruleta.  Aunque las cartas no eran las mismas y el sabor ya no era dulce. Aunque la sien derecha le tamborilleara y no supiera si era su estado febril o algún engranaje que se había desencajado dentro de su consciencia. Desesperado por volverla a ver, coqueteando con esa delgada línea entre el esperar y el actuar en el cual se te va la vida por la duda o la inacción. Tenía la firme convicción de que ella en algún lugar estaba, amándolo en silencio y sufriendo a la distancia. Lo sabía porque allí también estaba él..

 Sabía que era tarde, porque cada segundo de su ausencia era vital, pero también sabía y siempre supo que era temprano, porque había una vida entera de oportunidades. Una vida que se le presentaba ahora, desafiante, sin ella, dejándolo al borde de la insanía. Neurosis. ¿Como disociar el Yo del Ello, el deseo del mundo externo, cuando, para él, ella era ambas cosas?

Esa mañana no la encontró. Ella ya se había ido antes. Llegó tarde y no pudo alcanzarla. ¿Amarga metáfora? Pensó que quizas la vida le estaba dando misteriosas señales. Se sacudió esa idea de su mente afiebrada y esbozó una sonrisa. Al fin y al cabo, esa vida era suya, y era él el quién daría las señales.

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